En lo que ya
empieza a parecerse a la peor de las distopías, el nacionalismo catalán ha
decretado que la cadena humana y sus pretensiones no pueden ser objeto de
crítica porque quienes la formaron eran felices. Sonreían, dice Pilar Rahola, y eso los hace
invencibles, como aquellos cristianos de Quo
Vadis que cantaban mientras Nerón los arrojaba a los leones.
El buenismo parece haberse convertido definitivamente en el último
resquicio que ha encontrado el sectarismo totalitario para erosionar la
democracia y el Estado de Derecho. Porque por encima de la democracia solo
puede estar el Bien, omnipotente, incontrovertible y capaz de convertir a
cualquiera que se oponga a Él en antidemocrático y fascista, ya sea porque ha
ganado unas elecciones o por no reconocer un “derecho a decidir”, o sea, a
independizarse, que no recoge ninguna democracia moderna para sus territorios
(habrá que suponer que Italia, Alemania o Francia son también, como España,
fascistas).
En los útimos años no han faltado en nuestro país ejemplos de
esa lacra transversal, que se ha colado a izquierda y a derecha siempre con el
mismo resultado funesto. Si Zapatero hizo de la paz su punta de lanza buenista
para intentar borrar cualquier tipo de oposición a sus planes respecto a ETA, el PP cayó durante no poco tiempo en las garras de los
“defensores de la familia” (uno puede estar a favor del matrimonio
homosexual, pero a ver quién es el guapo que se muestra contrario a la familia). Que bajo
tanta bondad se escondiese una bochornosa negociación con una banda terrorista
o un intento de imposición de la moral católica es algo que a ninguno de los
dos partidos pareció preocupar hasta que se dieron de bruces con las urnas.
El independentismo catalán ha sido el último en apuntarse al
carro del Bien. Lejos de su característico discurso indisimuladamente agresivo, el último argumento nacionalista es la felicidad. El nacionalismo es
ahora integrador y necesita de los castellanohablantes (el no permitir que sus
hijos estudien en su lengua materna es una mera anécdota). No odia a España, la
ama y quiere ser su vecina y hasta darle su voto si alguna vez Madrid vuelve a
optar a organizar una Olimpiada (lo de fascista, ladrona y cavernícola es solo
un calentón; todos sabemos que no iba en serio). ¿Quién podría oponerse a tanto
amor? Nadie que no sea un malvado, obviamente.
Si hasta
ahora ser contrario a la independencia era una opción política, enfrentarse en la
actualidad convierte inmediatamente a quien ose expresarlo en “enemigo de la
felicidad”, que decía Yevgueni Zamiatin en Nosotros. No parece probable que la Via
Catalana vaya a ser la antesala de la independencia, pero sí tiene toda la
pinta de ser la antesala de una Cataluña sectariamente "feliz" y marcada por la
criminalización de la crítica, en medio de un escenario sin líder y con un
gobierno hundido, dividido y presa de una organización a quien nadie ha votado
y que le marca implacablemente la agenda.
El otro día compartí 'El berrinche' en Facebook. Como suele ser habitual con los enlaces sobre nacionalismo, un amigo nacionalista lo comentó. Me llamó la atención cómo cerró su mensaje: "Visca Catalunya Lliure i Visca Espanya (país germà que estimem)". Nunca antes había mostrado ese cariño hacia España. En efecto, ¿cómo se va a negar algo a quien dice que te quiere?
ResponderEliminarY sin embargo en cuanto rascas un poco, Antonio, qué rápido descubres los efectos de décadas de pedagogía del odio.
EliminarY un enemigo de la felicidad sólo puede ser un fascista empedernido o un zumbado. En Tribuna.cat no se explican que un expujolista como Alfons Quintà impulse el diario digital Crónica Global y sueltan lo siguiente: "Un personatge peculiar i desacreditat i que alguns consideren desequilibrat." Pues eso, como a Quintà acusarlo de facha no cuela, la única posibilidad es que se ha vuelto loco definitivamente.
ResponderEliminarJajaja. "... i que alguns consideren desequilibrat." Esa sí que es buena.
EliminarBuen articulo, V.
ResponderEliminarSi no conocías esta "Teoría y refutación de la neurona política española" seguro
que te encanta:
http://www.youtube.com/watch?v=jVjCDt_Wk68
Jaja. No conozco la teoría, no... Me lo miro, i tant. Gracias, querido amigo.
EliminarGenial como siempre. Antiguamente el mundo feliz, el Paraíso se reservaba para las almas puras después de la muerte. A nadie en su sano juicio se le ocurría plantear que un mundo al que llegamos entre gritos, llantos, desgarros literales y sangre, y del que partimos de manera parecida podía ser más que una preparación dura y exigente para la paz y la felicidad de los muertos. Si algo han tenido en común los totalitarismos del siglo XX es que todos ellos han intentado borrar la infelicidad y la injusticia de este mundo, pero a la hora de llevarlo a la práctica han descubierto que solo la supresión de la libertad primero, y de la vida del discrepante después, podían permitirles avanzar en la senda de la felicidad unánime. No es casual que los nazis llamaran a su organización de ocio Kraft durch Freude (la Fuerza a través de la Alegría)y que llevaran a cabo los programas de eutanasia como una manera "humanitaria" de aliviar el sufrimiento de los enfermos incurables o con problemas mentales. El uso del gas letal que se ensayó con los programas de eutanasia nazis luego fue aplicado en los campos de exterminio, entre otras razones, para "evitar" sufrimiento y dolor tanto a los exterminados, como a los exterminadores, que tenían problemas de estrés tras los fusilamientos masivos de mujeres y niños. "Un mundo feliz" tituló también Aldous Huxley su futuro de pesadilla.
ResponderEliminarEl buenismo empalagoso nos asfixia y nos mata en vida.
Lo de la Fuerza a través de la Alegría es sencillamente brutal. Gracias una vez más por compartir reflexiones tan interesantes!
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