Por Nigromante Apresurado
En el año 212 de nuestra era, Caracalla, emperador romano nacido
en la Galia hijo del también emperador Septimio Severo y de una noble siria, lanzó el famoso edicto que lleva su nombre.
Este edicto también conocido como Constitutio Antoniniana concedía la ciudadanía romana a todos los
habitantes varones libres del imperio, e igualaba también a todas las mujeres
libres del imperio en derechos con las mujeres de Roma.
Desde la historiografía marxista se ha querido ver en esta
decisión la simple necesidad de aumentar los ingresos fiscales, pero lo cierto
es que semejante paso supone una verdadera Constitución Romana en el sentido
moderno del término.
El emperador César Marco Aurelio Severo
Antonino Augusto declara: [...] concedo a todos los peregrinos que están sobre la tierra la ciudadanía
romana […]. Pues es legítimo que el mayor número no sólo esté sometido a todas
las cargas, sino que también esté asociado a mi victoria. Este edicto será
[...] la soberanía del pueblo romano.
Con estas sencillas palabras se acomete un hecho trascendental
en la historia de Occidente. Las provincias romanas dejan de ser posesiones,
colonias romanas, y pasan a ser Roma misma. Se acaba la distinción legal entre
los colonos de ascendencia italiana (los únicos que podían optar a honores,
cargos autoridad y a participar en la política), y el resto de habitantes
libres del Imperio. Podemos imaginar que la oposición más fuerte a esta
decisión vino de parte de la casta privilegiada que perdía con la extensión de
los derechos. Esta situación se mantendría hasta la caída del imperio de
Occidente, y la sustitución del estado romano por multitud de reinos bárbaros,
con lo que dan comienzo los mil años de Edad Media.
Ningún edicto posterior anuló la Constitución Antoniniana y solo
las invasiones bárbaras, las guerras interminables, el feudalismo y el
hundimiento generalizado de la civilización convirtieron en papiro mojado estas
palabras. Legalmente hablando, todos los peninsulares, como habitantes libres
de un territorio imperial, seguimos siendo ciudadanos de pleno derecho de Roma,
un estado que aunque ya no existe nos legó lengua, cultura, ingeniería, religión
pero sobre todo civilización en un grado solo superado por la humanidad con el
liberalismo político y la revolución industrial.
Pasarán exactamente 1600 años antes de que los españoles
volvamos a ser ciudadanos de pleno derecho de un estado. Concretamente hasta el
19 de marzo de 1812. Desde la caída de Roma y hasta la constitución de Cádiz
los españoles seremos simplemente vasallos. Vasallos de un conde, de un duque o
de un rey. Como el Cid, buenos vasallos de un no siempre buen señor. Pero no
nos adelantemos.
Cuando los bárbaros ocupan el territorio de Roma, crean en él sus
propios reinos independientes del poder imperial que acabará siendo suprimido
definitivamente en 476. Las provincias romanas serán desde entonces parte del
botín de una serie de pueblos germánicos o asiáticos con un concepto del mundo
y el estado opuesto al de la civilización clásica. Frente al universalismo
asimilador greco-romano, el particularismo tribal y el derecho de sangre de los
bárbaros. Los territorios y el estado pasan a ser propiedades privadas de
aristocracias de sangre. Del SPQR (Senado y Pueblo Romano), a los blasones de
condes, duques y reyes. Linajes, lazos de sangre y derechos basados en la
desigualdad jurídica absoluta según la cuna y las relaciones de vasallaje. De
ahí surgirán los reinos, principados y condados medievales.
El estado ya no es el territorio integrado donde se desenvuelve
la civilización, y donde conviven desde sirios hasta hispanos, pasando por
galos, griegos, egipcios o mauritanos igualados en ciudadanía ante Roma y
educados en la alta cultura de las dos lenguas griega y latina, sino
propiedades que ganan o pierden unas familias con guerras, matrimonios o herencias.
La cultura se reserva para unos pocos y el resto se sume en la
miseria, el analfabetismo y las hablas populares vernáculas (que serán una
corrupción desde la ignorancia, la incultura y el aislamiento del latín de
nuestros antepasados). De ahí surgirán las lenguas romances medievales.
1600 años después, otras lenguas ya vehículos de alta cultura
habrán sustituido al latín, después de la explosión literaria e intelectual del
Renacimiento. Otros imperios habrán asimilado pueblos y continentes en una
escala global desconocida por los propios romanos. Pero no será hasta 1812 cuando
los ciudadanos romanos de Hispania dejemos de ser vasallos de los herederos de
sangre de la aristocracia tribal bárbara para volver a tener patria. Para dejar
de ser habitantes de los dominios de una familia a pasar a ser españoles de
pleno derecho:
Art º1:
La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art.
2º. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser
patrimonio de ninguna familia ni persona.
Art.
3º. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a
ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Art.
4º. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la
libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los
individuos que la componen.
Art.
5º. Son españoles: Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en
los dominios de las Españas, y los hijos de éstos.
Segundo.
Los extranjeros que hayan obtenido de las Cortes cartas de naturaleza.
Tercero.
Los que sin ella lleven diez años de vecindad, ganada según la ley en cualquier
pueblo de la Monarquía.
Cuarto.
Los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas.
1600 años para volver al mismo punto político, para volver a ser
ciudadanos, para volver a tener soberanía política. El proceso de integración,
de aumento de derechos cívicos, continúa hoy en día a través de la Unión Europea.
No somos europeos por sangre o por el hecho de haber nacido en un continente.
Somos europeos por unas leyes y unos tratados que el Estado español soberano
firmó con otros estados europeos soberanos reunidos en una comunidad política.
Comunidad política surgida del Tratado de Roma. No es casualidad. Sabemos perfectamente
qué es lo que tenían los padres de Europa en mente cuando firmaron en Roma ese
tratado. Somos ciudadanos europeos porque somos ciudadanos españoles. Es parte
del mismo proceso. No podemos dejar de ser unos sin dejar de ser otros, sin
perder parte de nuestros derechos, de nuestra soberanía y desandar el camino
andado a partir de 1812. Volver hacia atrás.
Volver hacia atrás. Volver a la Edad Media, volver a la tribu,
al derecho de sangre. Recuperar los condados, los principados, las veguerías,
el feudalismo. Negar la civilización. Negar la historia. Negar la realidad. La
ciudadanía no como la expresión de unos derechos universales sino como
expresión de una identidad colectiva particular, de la pertenencia a un determinado
pueblo. El instinto animal elevado a categoría política. El nacionalismo
étnico. La sangre. La tribu. La barbarie.
No hay más opciones: la Europa de Roma, la Europa de Cádiz, la
Europa de los ciudadanos… o la Europa de las etnias, la Europa de Srebrenica,
la Europa de las SS. Elijamos. Yo ya he elegido.
Como usted, Nigromante Apresurado, yo elijo Roma. La Roma que intuyó Cayo Graco y cuyos cimientos asentó el genial Julio César. El bruto Caracalla no hizo más que continuar un proceso iniciado doscientos años antes, y lo hizo además pretextando lo mucho que debía a los dioses por haberlo salvado de la espada de su hermano a quien él mismo había asesinado para quitárselo de en medio, muy a la manera oriental –al fin y al cabo, los usos de la corte de la Roma Imperial de Caracalla eran más orientales que otra cosa. Dicen, porque a mí me pilló muy jovencito y apenas recuerdo nada.
ResponderEliminarLa elijo hoy a Roma, después de dos mil años, sin duda alguna. Otra cosa sería si el romano estuviese hoy apropiándose de mi casa, entonces sí acudiría a la llamada del noble Jefe de Cien Jefes, Vercingétorix cuando apelaba a la nación celta a resistir, que tampoco es cuestión de que me civilicen por las buenas. ¿Pero hoy? Hoy es cosa de sinvergüenzas interesados y de peligrosos románticos majaretas.
Saludos.
Elías.
Bienvenido, Elías. :)
EliminarEs cierto Elías, que el Bajo Imperio no era ya la Roma republicana, y que las virtudes cívicas de los primeros romanos hacía siglos que se habían corrompido con la depravación de tantos emperadores lunáticos... pero a partir de Caracalla era (y eso es lo que quiero destacar) el Imperio de todos. Era el gran estado mediterráneo integrado desde Mesopotamia a Finisterre, desde Britania a Libia. Justo al final, la moral cristiana oficializada vino a sustituir las virtudes cívicas desparecidas y con ello algunos últimos grandes emperadores como el segoviano Teodosio. Tras los excesos de los emperadores dementes, incestuosos, histriónicos, depravados y grotescamente divinizados, Roma en su final nos lega la serenidad austera de Gala Placidia y su hijo el emperador Valentiniano. http://4.bp.blogspot.com/-ShNYnqNoIoA/T8e0787TzQI/AAAAAAAAGms/cQanLv1gSiU/s1600/gala-placidia-placido-valentiniano-y-su-hermana.jpg
EliminarEl colapso de Roma fue uno de los grandes fracasos de la civilización en la historia de la humanidad. Los bárbaros que se repartieron sus despojos nutrieron de mitos el romanticismo europeo del XIX, del que brotaron los nacionalismos étnicos que sumieron al continente en el más atroz oscurantismo durante el siglo siguiente. Todavía algunos lunáticos siguen viendo a Kosovo como modelo a seguir. Esa gente es muy peligrosa y nunca deben ser subestimados en su potencial destructivo y contrario a cualquier noción de liberalismo democrático, europeísmo progresista y civilización.
Muy interesante e instructivo artículo. El retorno a la tribu puede ser terrorífico.
ResponderEliminarTermino de encontrarme con estas palabras del griego Elio Arístides, pertenecientes a su Enkómion Rhómes: "... Ni el mar ni toda la tierra que se interponga impiden obtener la ciudadanía (romana), y aquí no hay distinción entre Asia y Europa. Todo está abierto para todos... Siendo vosotros grandes (los romanos), calculasteis la ciudad de grandes dimensiones, y la hicisteis maravillosa no porque la glorificaseis gracias a que no la habéis compartido con nadie de ningún otro pueblo, sino porque buscasteis una población digna de ella y convertisteis el ser romano, no en ser miembro de una ciudad, sino en el nombre de un cierto linaje común, pero no de un linaje cualquiera de entre todos, sino en el contrapeso de todos los restantes. Pues no separáis ahora las razas entre helenas y bárbaras, ni les habéis presentado una división ridícula al construir una ciudad más populosa que toda la estirpe helénica, por así decirlo, sino que las habéis dividido en romanos y no romanos: hasta tal grado habéis llevado el nombre de la ciudad. Establecida así la división, muchos, en sus respectivas ciudades, son ciudadanos vuestros no menos que de sus congéneres, aunque algunos de ellos no hayan visto jamás la ciudad de Roma."
ResponderEliminarY me ha venido a la cabeza esta entrada del blog.
Saludos.
Elías