lunes, 12 de agosto de 2013

El violento eres tú


De una de las peores épocas de acoso al PP en Cataluña, es decir, los primeros años post Pacto del Tinell, recuerdo especialmente un debate entre todos los partidos (para que me entiendan, un debate de todos los partidos y la moderadora contra el PP) en TV3 en el que Joan Puigcercós venía a decirle a Dolors Nadal que se callase, “que això no és la COPE”. Tal cual. El incidente, lejos de tener repercusión, pasó completamente inadvertido en general, también para la moderadora, Mònica Terribas, quien estaba a otra cosa más importante que velar por el respeto entre los tertulianos, como es lógico.

En los últimos días, hemos asistido al acoso cibernético a una jugadora de waterpolo por lucir una estelada virtual en su cuenta de twitter y a la presunta agresión verbal que sufrió una chica en el Metro por llevar unas zapatillas independentistas. Huelga decir que estos casos sí han recibido una atención y cobertura espectaculares por parte de los medios catalanes, además de la consabida ola de indignación en las redes sociales.

Sin ánimo de incurrir en el “y tú más”, creo que sí que conviene señalar algunas diferencias entre la violencia que han sufrido las chicas (censurable, como todas) y la que desde hace décadas lleva sufriendo la derecha españolista en Cataluña. Porque, obviando el pequeño detalle de que no es lo mismo que te insulten en twitter que que te quemen la sede, las hay y son de calado.

Primero, porque la segunda clase de violencia está aceptada y yo diría que hasta normalizada, de manera que llega a pasar inadvertida incluso ocurriendo en directo y sin necesidad de ningún tipo de censura, como en el caso de Puigcercós contra Nadal. Y segundo, y esto aún me parece más grave, porque está institucionalizada hasta tal punto que quienes la ejercen no son solo las masas alteradas y anónimas que pueblan las redes sociales o los grupos de descerebrados que uno se puede encontrar en la calle, sino también personajes públicos, periodistas e ilustradores, actores y hasta cargos electos, sin que suceda absolutamente nada ni tenga la menor consecuencia.

Como siempre, poner algún ejemplo e imaginar la situación contraria resulta un más que efectivo argumento. Recientemente, observaba un pequeño debate en Facebook en el que un político de CiU respondía a unas declaraciones de otro del PP recogidas por un periodista con la expresión “espanyolisme barato”. ¿Se imaginan qué pasaría si fuese el político del PP quien hubiese hablado de “catalanisme barato” al contestar al de CiU? ¿Es aceptable esa falta de respeto entre adversarios políticos y representantes institucionales? Por lo visto, según contra quién vaya dirigida, sí.

Al margen de lamentar la situación, creo que es interesante analizar cuál es el mecanismo por el que se normaliza la violencia, porque no es exclusivo de Cataluña ni del nacionalismo. Ese mecanismo que vemos en el ejemplo de Dolors Nadal o del “espanyolisme barato” se parece extraordinariamente a aquel por el cual la extrema izquierda (anónimamente, eso sí) justifica calificar con el adjetivo inequívocamente homófobo de "bollera" a Rita Barberà, y que más o menos vendría a ser el de que “quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”: como Rita Barberà es homófoba según los colectivos que la insultan, la pueden llamar “bollera” y quemarla en una hoguera si es menester, porque la homófoba, en cualquier caso y pase lo que pase, es ella. De la misma manera, en Cataluña los nacionalistas han señalado cuál es la posición con la que hay vía libre para el insulto y la agresión: la de defender España (y aún peor: ser de derechas y defender España). Cualquier ataque a quien confiese tan malvada ideología está justificado, puesto que la postura política del atacado es en sí misma un acto de violencia. Identificado el “agresor”, todo vale e incluso se queda corto si lo comparamos con la ofensa que supone su existencia.

Resultaría hasta tierna la dedicación con que muchos medios del oasis se han volcado en denunciar la violencia verbal españolista contra la jugadora de waterpolo y la chica de las “bambas”, si por el camino no hubiesen silenciado toda esa otra vergüenza, cuando no participado directamente en ella. Pero a estas alturas de la película, cuando ya hemos visto a políticos faltar al respeto sistemáticamente a los representantes del PP y Ciutadans, a periódicos mofarse de la muerte de españoles e incluso a un actor exhortar al boicot a una compañera de profesión por mostrarse contraria al nacionalismo, todo ello como si fuese lo más normal del mundo y sin que nadie diga nada, señores del ARA, TV3 y EL PUNT AVUI, sinceramente, ya no cuela.

3 comentarios:

  1. Los nacionalismos son alérgicos por definición al pluralismo. Y el catalán no iba a ser una excepción, por mucho que se crean diferentes y especiales. De hecho es inherente a todos los nacionalismos creerse diferentes y especiales. El nacionalismo ama los editoriales conjuntos, la lengua única, el pensamiento monolítico. Recela de la diferencia interior y exagera la exterior. Siempre vive como en estado de sitio, como en estado de guerra. Por eso la guerra es el medio ideal para el nacionalismo, y la democracia aquel en el que peor se desenvuelve. La democracia es la celebración de la diferencia y el pluralismo interno. La democracia fortalece al individuo y da voz al discrepante. Los desfiles y las banderas, los uniformes, el enemigo exterior, la unanimidad y la unidad interna son elementos comunes a la guerra y el nacionalismo. El nacionalismo catalán afirma que España es una nación de naciones y un estado plural, mientras que no quieren que Cataluña lo sea. No es uan incoherencia. No es un error. Tienen muy claro lo que quieren. Por eso los que creemos en al democracia , en el pluralismo y que Cataluña será más libre y plural dentro de Europa y dentro España que separada bajo la bota nacionalista tenemos que dar la batalla.

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  2. La superioridad moral de los nacionalistas, que en estos tiempos no sólo reparten carnets de buen catalán sino también de demócrata. Todo el mundo es facha menos ellos, manda carallo.

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    1. Y,como "fachas" que somos, susceptibles de recibir un continuo maltrato político y mediático que tiempo habrá para que la historia se encargue de juzgar.

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