Decía Lord Byron que “El amor del hombre
es en su vida una cosa aparte, mientras que en la mujer es su completa
existencia”. Las frases del célebre poeta se han hecho populares
en los últimos tiempos por contener grandes dosis de ingenio. Esta, además, tiene
la virtud de ser verdad.
En la
poderosa sentencia bien podría hallarse el origen de la desigualdad, o al menos
una de las causas más obvias, en mi opinión, y aun así menos reconocidas. Pero si
profundizamos en ella y la aplicamos a la vida diaria, podríamos llegar a la
conclusión de que no es el amor en general lo que para la mujer es su vida
entera, sino el “ser amada”, que es el epicentro de la educación sentimental que
hemos recibido las mujeres a través del cine, la televisión, la literatura y
prácticamente todas las manifestaciones culturales desde que se recuerda. Basta
con un ejercicio mental sencillo como ver qué excusa es la más habitual en las
mujeres a la hora de aguantar y justificar las tropelías de su pareja: “Es que
en realidad ME QUIERE”. Difícilmente escucharemos a un hombre tal argumentación
si tiene que explicar la misma circunstancia; con bastante probabilidad, la
respuesta más frecuente será un “es que LA QUIERO”.
La pasividad
amorosa de las mujeres y la primacía de ese aspecto de la vida sobre todos los
demás podría explicar muchas cosas, si se pudiera hablar de ello sin riesgo de
ser echado a los leones. Porque si en un ataque de irreverencia absoluta decidiésemos
cuestionar determinados conceptos como el “patriarcado” para intentar
dilucidar, por ejemplo, cómo una mujer puede llegar a aguantar la violencia de
género, e intentásemos poner sobre la mesa, además de otros aspectos
sociológicos, la educación sentimental como un factor a tener en cuenta, es
bastante posible que acabásemos siendo calificados de neomachistas, que es lo peor que se puede ser hoy día. Y aun así no
puedo evitar pensar que si cuando una mujer calla o retira una denuncia porque "en realidad me quiere”, en vez de replicarle “no, no te quiere”, le dijésemos “¿Y
qué? ¿Es eso más importante que tu integridad física, o que tu dignidad, o que
tus hijos?”, daríamos bastante más en el clavo...
Existe una obra muy recomendable de Francesco Alberoni titulada "El Erotismo" en el que disecciona las diferencias esenciales entre hombres y mujeres a la hora de entender el hecho amoroso. Según Alberoni, el erotismo masculino es discontínuo mientras que el femenino es contínuo. Ello explicaría los desencuentros y las eternas discusiones de pareja en la que la mujer exige al hombre mayor atención y el hombre se siente asfixiado y busca el escape de cualquier manera posible. También existe en todos los mamíferos un comportamiento sexual instintivo que en los humanos se ha culturizado: el macho tiene biológicamente una capacidad ilimitada de procrear, con lo que tiene tendencia a fertilizar al mayor número de hembras posible para asegurar su descendencia. Sin embargo la hembra que tiene que asumir el embarazo y la lactancia, necesita el apoyo de un compañero para afrontar ese periodo, así como el ciudado de las crías hasta que son capaces de valerse por sí mismas. De ahí la pulsión femenina de retener, y la masculina de escapar tras el acto sexual. La mujer estaría instintivamente buscando en los hombres un compañero de vida mientras que el hombre buscaría en principio una pareja sexual. Sólo el tiempo, el esfuerzo y la competencia con otros hombres que suponen para el varón el tener que encontrar nuevas parejas sexuales le llevaría a aceptar la monogamia y las condiciones que impone la mujer como manera menos costosa de asegurarse tener las necesidades cubiertas y de que la descendencia es realmente suya.
ResponderEliminarComo siempre, interesantísima tu aportación, Nigromante. Recuerdo haber visto un documental que explicaba cómo las hembras de la especie humana también se habían adaptado genética y culturalmente para responder a las "condiciones" masculinas a la hora de aceptar la monogamia: desde la disponibilidad sexual (propia solo de las hembras de nuestra especie), hasta la "imitación" en el rostro de los órganos sexuales, cosa que me pareció increíble pero en absoluto inverosímil. Es quizás esa necesidad de retener al macho, efectivamente, la que predispone a la hembra al erotismo continuo y tal vez a priorizar "ser amada" a "amar". La cultura y la educación serían pues un reflejo de ello, pero está en nuestras manos, una vez conseguidas tantas metas, que no sea en un factor desencadenante de sumisión.
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