Por Nigromante Apresurado
Lo imposible es el título de la popular película
de Bayona en la que, refiriéndose al tsunami que arrasó el Pacífico en 2004, da a entender lo desestabilizador que es que pase algo que nunca habíamos
imaginado que pudiera ocurrir, pero que sin embargo ocurre. La historia del
ascenso del nazismo es la historia de cómo una panda de lunáticos e inadaptados
logró hacerse con el poder en una nación de 80 millones de habitantes que era
la vanguardia del mundo en cultura y
civilización. Hacer un repaso a los
nombres de quienes habían colocado a Alemania a la cabeza del pensamiento
occidental en el momento del ascenso de Hitler al poder produce vértigo: Thomas
Mann, Albert Einstein, Bertolt Bretch, Martin Heiddeger, Hermann Hesse; en el
arte: Carl Orff, Robert Weine, Friedrich Wilhem Murnau, Marlene Dietrich,
Walter Gropius, Mies van der Rohe, Peter Behrens, la Bauhaus, Ernst Kirchner,
Otto Dix…y si le sumamos Austria, anexionada en 1938 y tierra natal de Hitler:
Sigmund Freud, Fritz Lang, Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, Oskar Kokoshka,
Billy Wilder…
Toda esta fantástica
concentración de genios y el ambiente fértil, moderno, abierto, cosmopolita que
les vio nacer quedó barrido por la ola de locura colectiva desatada por una
banda de aventureros políticos nacionalistas vulgares, populistas y demagogos
hasta la náusea, marginales, grotescos y
supersticiosos. Nadie fue capaz de intuir dentro de Alemania ni fuera de ella
la verdadera peligrosidad de esta panda de criminales, y nadie se opuso a ellos
con la fuerza necesaria para su neutralización hasta que solo una guerra
mundial de 6 años con decenas de millones de muertos pudo llevar a su completa aniquilación.
Nadie se tomó en serio la amenaza de los desfiles con antorchas y banderas de
las secciones de asalto hitlerianas, más allá de un vago desprecio estético o
intelectual, ni la violencia callejera desplegada, que se consideraba como el
contrapunto necesario de la de las juventudes comunistas, ni el veneno
explícito racista y antisemita en una época en la que grandes autoridades
académicas defendían teorías raciales y frenológicas pseudocientíficas para
llevar a cabo la mejora de la población a través de técnicas de ingeniería
social y eugenesia.
Pero lo cierto es que lo
imposible pasó. El histriónico agitador y sus secuaces, parodiados hasta la
saciedad, despreciados por su vulgaridad, por su esquematismo mental, vistos
desde la izquierda como simples perros guardianes del capital y desde la
derecha como unos advenedizos sin clase ni talento, se hicieron democrática y
legalmente con el poder sin apenas oposición
el 30 de enero de 1933, e instauraron en pocos meses, ayudados por la práctica indiferencia
general y el apoyo entusiasta de unos pocos, un estado totalitario y terrorista
en un proceso tan siniestro como paradigmático
que recibe el nombre de Gleichschaltung.
Ese proceso finaliza el 2 de enero de 1934 cuando al morir Hindenburg, Hitler
concentra en su persona los cargos de Canciller y Presidente y la bandera del
NSDAP pasa a ser la bandera alemana en sustitución de la bandera constitucional.
Conforme se esfumaba cualquier conato no ya de oposición, sino de simple
disidencia interior, los nazis comenzaron a cumplir los puntos de su programa
uno a uno, puntos que ya estaban escritos y al alcance de todos en el Mein
Kampf, pero que nadie pensó que fueran capaces de llevar a cabo, creyendo que
se limitaban a mera propaganda, retórica violenta y antisemita para movilizar a
los sectores ultranacionalistas alemanes y para manipular al pueblo en provecho
propio. Pero lo cierto es que los nazis creían en lo que predicaban y
simplemente fueron cumpliendo su programa tal y como habían anunciado. Así de
obvio y así de fácil. Y nadie hizo nada ni dentro de Alemania ni fuera de ella
hasta que fue demasiado tarde y el monstruo se había hecho fuerte. Ni Francia
ni Inglaterra, apaciguadoras siempre, cediendo a las exigencias hitlerianas que
consideraban en parte legítimas o comprensibles, por debilidad o por simple
pacifismo mal entendido, ni Stalin, pactando con los nazis y descabezando
mientras tanto a su propio Ejército Rojo, obsesionado como estaba con el
enemigo interior real o imaginario, supieron ver lo que se les venía encima. Pero
se les vino.
Si Alemania y Austria han podido
sobrevivir como naciones a la vergüenza y a la infamia de los 12 años de
barbarie nacionalsocialista, 12 años que barrieron de un plumazo siglos enteros
de los más grandes filósofos, poetas y músicos, estadistas, científicos e
inventores, como si en aquella tierra solo hubiera existido desde el origen de
los tiempos un oscurantismo supersticioso de disparatadas leyendas nórdicas adorado
por masas de racistas asesinos y fanáticos, fue por el sacrificio de unas decenas
escasas de personas (¡de entre más de 80 millones!) que pagaron con su vida el
no renunciar a su libertad y a su dignidad, y que llamativamente no surgieron de
la intelectualidad, ni de la izquierda, ni de los obreros, ni de los campesinos,
ni de los soldados, sino de un pequeño círculo de universitarios cristianos, de
la alta aristocracia conservadora y de un selecto grupo de oficiales del ejército
alemán: los jóvenes profesores y estudiantes bávaros de la Rosa Blanca en 1943
y la conjura cívico-militar de julio de
1944. Frente al nacionalismo hitleriano que hundió a Alemania y a Europa
entera, unas pocas personas demostraron hasta la muerte lo que significa el
verdadero patriotismo: amar a tu país sinceramente buscando lo mejor para él, y
amar por ello a toda la humanidad. Justo lo opuesto al nacionalismo, que es
siempre, en cualquier caso y en cualquier lugar, excluyente y se alimenta solo
de odio.
Quiero que este artículo sirva de
pequeño homenaje a los hermanos Sophie y
Hans Scholl y sus compañeros de Die Weisse Rose, guillotinados por los nazis
simplemente por defender la vida, la libertad y la dignidad humanas, así como a
Claus Von Stauffenberg y todos los demás miembros de la conjura de julio, los
que fueron fusilados sobre el terreno y los que fueron detenidos, salvajemente
torturados, humillados en una farsa de
juicio y finalmente ahorcados en un
sótano con cuerdas de piano, por defender el honor de su ejército y de su
patria. Que su modelo sirva de guía a todos los resistentes presentes y futuros
contra todos los totalitarismos y en especial contra el más infame de todos: el
totalitarismo nacionalista.
Poco que añadir a su excelente síntesis-homenaje, sino adherirse a él y agradecer su iniciativa. Pero también me atrevería humildemente a llamar su atención sobre dos datos incluídos en él.
ResponderEliminarPrimero; en la lista de pensadores que usted menciona, figura un nombre que, por su importante proyección e influencia en el pensamiento de antes y después de la guerra, resume en sí mismo la perplejidad en torno a la cual usted construye este excelente artículo. Se trata de Martin Heidegger, y en la complejidad de este, en mi opinión, tortuoso personaje, se resumen un buen número de los factores que ayudarían a explicar como lo "imposible" se hizo realidad.
Y en segundo lugar; la conspiración del 20 de Julio de 1944, no parece, a criterio de muchos historiadores, un movimiento de resistencia demasiado homogéneo; ni en sus sus fundamentos morales, ni en las muy diversas motivaciones personales de los partícipes.
Por eso, en mí humilde opinión, el heroismo ejemplar del grupo de jóvenes, que sí demostraron un rigor moral y un coraje, dignos de ser divulgados como materia obligatoria en los progamas pedagógicos de cualquier país con auténtico espíritu democratico, tal vez sería prudente no contaminarlo, aproximándolo al otro gesto de resistencia que, si bien debe merecer nuestra atención por su excepcionalidad en el edio militar alemán, conlleva las dudas mencionadas.
Reitero mi enhorabuena por este oportuno y calido recuerdo a aquellos ciudadanos ejemplares.
Cierto estimado Saco, que la conjura de julio carecía de la solidez moral, y del sustrato humanista y democrático indiscutible que tenían los miembros de la Rosa Blanca. De todos modos es algo que se puede esperar de un movimiento liderado por militares y aristócratas. Pero me niego a restarle un ápice de heroísmo a aquellos que se jugaron la vida hasta perderla para acabar con el régimen nacionalsocialista. El descontento militar con los nazis fue constante, por diversas razones y es cierto que no siempre las más honestas, pero si antes no llego a intentarse el golpe de estado fue por falta de apoyos ya que Hitler y el nazismo, hasta Stalingrado, gozaron de una popularidad muy alta dentro de la sociedad alemana. También es cierto que hubo militares nazis, pero Hitler mismo nunca se fió demasiado del ejército y por eso instituyó primero el juramento de lealtad personal para que cualquier sublevación militar fuera considerada automáticamente un acto de tración personal y luego creó las Waffen SS como un aunténtico ejército de partido, con oficiales que a la vez eran cargos políticos nacionalsocialistas.
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