sábado, 12 de octubre de 2013

Lo imposible (homenaje a Sophie Scholl)


Por Nigromante Apresurado


Lo imposible es el título de la popular película de Bayona en la que, refiriéndose al tsunami que arrasó el Pacífico en 2004, da a entender lo desestabilizador que es que pase algo que nunca habíamos imaginado que pudiera ocurrir, pero que sin embargo ocurre. La historia del ascenso del nazismo es la historia de cómo una panda de lunáticos e inadaptados logró hacerse con el poder en una nación de 80 millones de habitantes que era la vanguardia del mundo en cultura y civilización. Hacer un repaso a los nombres de quienes habían colocado a Alemania a la cabeza del pensamiento occidental en el momento del ascenso de Hitler al poder produce vértigo: Thomas Mann, Albert Einstein, Bertolt Bretch, Martin Heiddeger, Hermann Hesse; en el arte: Carl Orff, Robert Weine, Friedrich Wilhem Murnau, Marlene Dietrich, Walter Gropius, Mies van der Rohe, Peter Behrens, la Bauhaus, Ernst Kirchner, Otto Dix…y si le sumamos Austria, anexionada en 1938 y tierra natal de Hitler: Sigmund Freud, Fritz Lang, Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, Oskar Kokoshka, Billy Wilder

Toda esta fantástica concentración de genios y el ambiente fértil, moderno, abierto, cosmopolita que les vio nacer quedó barrido por la ola de locura colectiva desatada por una banda de aventureros políticos nacionalistas vulgares, populistas y demagogos hasta la náusea, marginales, grotescos y supersticiosos. Nadie fue capaz de intuir dentro de Alemania ni fuera de ella la verdadera peligrosidad de esta panda de criminales, y nadie se opuso a ellos con la fuerza necesaria para su neutralización hasta que solo una guerra mundial de 6 años con decenas de millones de muertos pudo llevar a su completa aniquilación. Nadie se tomó en serio la amenaza de los desfiles con antorchas y banderas de las secciones de asalto hitlerianas, más allá de un vago desprecio estético o intelectual, ni la violencia callejera desplegada, que se consideraba como el contrapunto necesario de la de las juventudes comunistas, ni el veneno explícito racista y antisemita en una época en la que grandes autoridades académicas defendían teorías raciales y frenológicas pseudocientíficas para llevar a cabo la mejora de la población a través de técnicas de ingeniería social y eugenesia.

Pero lo cierto es que lo imposible pasó. El histriónico agitador y sus secuaces, parodiados hasta la saciedad, despreciados por su vulgaridad, por su esquematismo mental, vistos desde la izquierda como simples perros guardianes del capital y desde la derecha como unos advenedizos sin clase ni talento, se hicieron democrática y legalmente con el poder sin apenas oposición el 30 de enero de 1933, e instauraron en pocos meses, ayudados por la práctica indiferencia general y el apoyo entusiasta de unos pocos, un estado totalitario y terrorista en un  proceso tan siniestro como paradigmático que recibe el nombre de  Gleichschaltung. Ese proceso finaliza el 2 de enero de 1934 cuando al morir Hindenburg, Hitler concentra en su persona los cargos de Canciller y Presidente y la bandera del NSDAP pasa a ser la bandera alemana en sustitución de la bandera constitucional. Conforme se esfumaba cualquier conato no ya de oposición, sino de simple disidencia interior, los nazis comenzaron a cumplir los puntos de su programa uno a uno, puntos que ya estaban escritos y al alcance de todos en el Mein Kampf, pero que nadie pensó que fueran capaces de llevar a cabo, creyendo que se limitaban a mera propaganda, retórica violenta y antisemita para movilizar a los sectores ultranacionalistas alemanes y para manipular al pueblo en provecho propio. Pero lo cierto es que los nazis creían en lo que predicaban y simplemente fueron cumpliendo su programa tal y como habían anunciado. Así de obvio y así de fácil. Y nadie hizo nada ni dentro de Alemania ni fuera de ella hasta que fue demasiado tarde y el monstruo se había hecho fuerte. Ni Francia ni Inglaterra, apaciguadoras siempre, cediendo a las exigencias hitlerianas que consideraban en parte legítimas o comprensibles, por debilidad o por simple pacifismo mal entendido, ni Stalin, pactando con los nazis y descabezando mientras tanto a su propio Ejército Rojo, obsesionado como estaba con el enemigo interior real o imaginario, supieron ver lo que se les venía encima. Pero se les vino.

Si Alemania y Austria han podido sobrevivir como naciones a la vergüenza y a la infamia de los 12 años de barbarie nacionalsocialista, 12 años que barrieron de un plumazo siglos enteros de los más grandes filósofos, poetas y músicos, estadistas, científicos e inventores, como si en aquella tierra solo hubiera existido desde el origen de los tiempos un oscurantismo supersticioso de disparatadas leyendas nórdicas adorado por masas de racistas asesinos y fanáticos, fue por el sacrificio de unas decenas escasas de personas (¡de entre más de 80 millones!) que pagaron con su vida el no renunciar a su libertad y a su dignidad, y que llamativamente no surgieron de la intelectualidad, ni de la izquierda, ni de los obreros, ni de los campesinos, ni de los soldados, sino de un pequeño círculo de universitarios cristianos, de la alta aristocracia conservadora y de un selecto grupo de oficiales del ejército alemán: los jóvenes profesores y estudiantes bávaros de la Rosa Blanca en 1943 y la conjura cívico-militar de julio de 1944. Frente al nacionalismo hitleriano que hundió a Alemania y a Europa entera, unas pocas personas demostraron hasta la muerte lo que significa el verdadero patriotismo: amar a tu país sinceramente buscando lo mejor para él, y amar por ello a toda la humanidad. Justo lo opuesto al nacionalismo, que es siempre, en cualquier caso y en cualquier lugar, excluyente y se alimenta solo de odio.

Quiero que este artículo sirva de pequeño homenaje a los hermanos Sophie y Hans Scholl y sus compañeros de Die Weisse Rose, guillotinados por los nazis simplemente por defender la vida, la libertad y la dignidad humanas, así como a Claus Von Stauffenberg y todos los demás miembros de la conjura de julio, los que fueron fusilados sobre el terreno y los que fueron detenidos, salvajemente torturados, humillados en una farsa de juicio y finalmente ahorcados en un sótano con cuerdas de piano, por defender el honor de su ejército y de su patria. Que su modelo sirva de guía a todos los resistentes presentes y futuros contra todos los totalitarismos y en especial contra el más infame de todos: el totalitarismo nacionalista.

2 comentarios:

  1. Poco que añadir a su excelente síntesis-homenaje, sino adherirse a él y agradecer su iniciativa. Pero también me atrevería humildemente a llamar su atención sobre dos datos incluídos en él.
    Primero; en la lista de pensadores que usted menciona, figura un nombre que, por su importante proyección e influencia en el pensamiento de antes y después de la guerra, resume en sí mismo la perplejidad en torno a la cual usted construye este excelente artículo. Se trata de Martin Heidegger, y en la complejidad de este, en mi opinión, tortuoso personaje, se resumen un buen número de los factores que ayudarían a explicar como lo "imposible" se hizo realidad.
    Y en segundo lugar; la conspiración del 20 de Julio de 1944, no parece, a criterio de muchos historiadores, un movimiento de resistencia demasiado homogéneo; ni en sus sus fundamentos morales, ni en las muy diversas motivaciones personales de los partícipes.
    Por eso, en mí humilde opinión, el heroismo ejemplar del grupo de jóvenes, que sí demostraron un rigor moral y un coraje, dignos de ser divulgados como materia obligatoria en los progamas pedagógicos de cualquier país con auténtico espíritu democratico, tal vez sería prudente no contaminarlo, aproximándolo al otro gesto de resistencia que, si bien debe merecer nuestra atención por su excepcionalidad en el edio militar alemán, conlleva las dudas mencionadas.
    Reitero mi enhorabuena por este oportuno y calido recuerdo a aquellos ciudadanos ejemplares.

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  2. Cierto estimado Saco, que la conjura de julio carecía de la solidez moral, y del sustrato humanista y democrático indiscutible que tenían los miembros de la Rosa Blanca. De todos modos es algo que se puede esperar de un movimiento liderado por militares y aristócratas. Pero me niego a restarle un ápice de heroísmo a aquellos que se jugaron la vida hasta perderla para acabar con el régimen nacionalsocialista. El descontento militar con los nazis fue constante, por diversas razones y es cierto que no siempre las más honestas, pero si antes no llego a intentarse el golpe de estado fue por falta de apoyos ya que Hitler y el nazismo, hasta Stalingrado, gozaron de una popularidad muy alta dentro de la sociedad alemana. También es cierto que hubo militares nazis, pero Hitler mismo nunca se fió demasiado del ejército y por eso instituyó primero el juramento de lealtad personal para que cualquier sublevación militar fuera considerada automáticamente un acto de tración personal y luego creó las Waffen SS como un aunténtico ejército de partido, con oficiales que a la vez eran cargos políticos nacionalsocialistas.

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